Quiero dedicar este artículo a mi padre. Me siento feliz de poder honrarle en vida, no solo con lo que soy y hago en mi vida, sino con el amor que le tengo y que día a día late vigoroso en mi. Poder coger el teléfono y decir: “Papá”, es para mi una gran alegría, también lo es encontrarme con él y aunque ya no sea el mismo porque el paso de los años lo ha deteriorado, me siento feliz al darle un abrazo y tener que escuchar una vez más sus historias del pasado y de su juventud.
Miro sus hombros caídos, indicadores de que el físico se desgasta más rápido ahora en su vejez y sus lapsus de memoria, su mirada que vuelve a ser la de un niño y me pregunto si esa mirada no me estará diciendo que ahora soy yo la que tiene que sentarse a su lado con paciencia y educadamente hablarle, contarle, escucharle… y cuando mi madre me dice que le haga entrar en razón con algo, meterme con él en una habitación y como buen coach que intento ser, hacer que mi padre se de cuenta. Tal y como él, lo hizo tantos años conmigo. Hacer que él se sienta protegido con mi amor, como yo lo sentí en mi niñez.
“¡Qué importante es la protección!… La figura de mi padre siempre fue en mi infancia muy importante por este motivo. Cerrar los ojos y descansar en el regazo de mi padre, con la seguridad de su protección. Nada puede ocurrir si él te rodea con sus brazos con su amor infinito, con su sonrisa y sus constantes besos y peorras… Tan olvidado tenía este sentimiento… Cuando me siento mal, debería recordar y atraer este sentimiento tan profundo y tan bien grabado en mi interior. Es fácil hacerlo surgir de dentro.
Hubieron muchos años en mi vida en los que me sentí desprotegida e insegura… y sin embargo… reflexiono y me doy cuenta que este sentimiento de protección se halla en algún lugar recóndito de mi corazón y tan solo tengo que dejarlo resurgir”. (Extracto de mi diario)
Se que cada uno de mis hermanos tuvieron el mismo padre y la misma madre que yo, y que quizá la visión de cada uno sea diferente por como cada uno lo vive. También hay que decir, que depende del lugar que cada hijo o hija ocupe dentro de la familia así actuará, vivirá y será en consecuencia de una manera diferente a los otros.
Alguna vez he pensado en esto, pero también se que todo en la vida depende de cómo lo viva, la actitud y la capacidad que tenga para extraer aquello que me llena y me marca felizmente para toda mi vida. Yo soy la tercera de cuatro hermanos. Con mi hermana mayor me llevo 8 años, con mi hermano me llevo 6 y con mi hermana pequeña me llevo 9. Así, según la pedagogía sistémica, se podría decir que yo fui como una hija única, por la distancia en años con mis hermanos.
“Mi papi… era una gran alegría para mí. Quizá por eso, cuando intento recordar cosas de mi infancia lo que más recuerdo es a él. Me encantaba su cara y sus manos. La cara de mi padre era la de mi payaso particular. Siempre estaba torciendo los ojos, poniendo cara tonto, levantando sus cejas y moviendo sus orejas. Me enseñó a mover las orejas, cosa que después supe era bastante difícil. Sí, era el único papá del mundo que movía las orejas, ambas a la vez o una sola. A veces, se ayudaba con las manos para agrandar los ojos y la boca y así parecer más payaso y tonto todavía. Entonces era cuando más me reía. Con mi padre, yo era ¡la niña más feliz del mundo!…
Pero él también tenía otras caras, como cuando estaba enfadado y reñía a mis hermanos o me reñía a mí. Por eso yo también le tenía mucho respeto. Lo respetaba, no porque le tuviera miedo, sino porque tanto lo admiraba, que todo él era importante para mi, incluso cuando estaba enfadado. Para mi, era importante cuando estaba feliz, pero era también importante cuando estaba enfadado, y más todavía si yo tenía la culpa de su enfado. Si me castigaba, yo respetaba su decisión, me lo tomaba en serio y lo cumplía, porque así lo había decidido mi padre”. (Extracto de mi diario)
“En algún momento de mi infancia, descubrí que cuando mi padre se enfadaba, no era para tanto. Quizá si tanto lo respeté, también me merecí su bondad.
Cuando yo hacía, no recuerdo qué, que estaba muy mal; mi madre y mi tía Encarni se llevaban la mano a la cabeza y por encima de mí, las veía gritarme y asustarme con que mi padre cuando se enterara me iba a pegar. Yo siempre me asustaba mucho, porque ellas sabían cómo meterme miedo (jajajaja… jeje). Pero cuando mi padre llegaba… cuando él llegaba… yo ya estaba comenzando a llorar de arrepentimiento. No era ninguna tetra, es que yo me daba cuenta que no quería hacer nada que a mi padre no le gustase, como todos!!!…
Un día lo vi llegar, agaché la cabeza y llorando temblé. Mi padre me metió a la habitación mientras mi madre y mi tía gritaban: “¡no le pegues!¡ ¡no le pegues Paco!!, por favor!…” (ellas me asustaban más con esas palabras y tanta tragedia) Pero él, entre tanto griterío… poniendo su dedo índice sobre su boca perpendicularmente indicándome que callara y guiñándome el ojo, puso su mano izquierda sobre mi culete y con la otra dio dos palmadas fuertes simulando que me había pegado. Jajajajaja… y yo tuve que gritar como si me doliese. Detrás de esto, había una reflexión sobre lo que había hecho mal, por supuesto, y cómo debería haberlo hecho, y un propósito firme por mi parte de ser más buena y evitar hacer cosas sin sentido y sin pedir permisos. La clave para él, siempre fue la charla, poner conciencia en los hechos. Realmente yo no era una niña revoltosa, solo hacía cosas sin pensar y sin sentido, pero sin malas intenciones. Luego salió de la habitación muy serio, y yo me tumbé en la cama un ratito a reflexionar. Después, mi madre y mi tía, ya no me decían nada, al revés, me miraban y se portaban muy cariñosas conmigo.
¡Qué bueno era mi padre!… el Amor que todo lo perdona… Doy gracias por mi padre, que tanto me enseñó y hoy su recuerdo de amor me sigue enseñando todavía.” (Extracto de mi diario)
Realmente, mi padre y mi madre, lo hicieron lo mejor que supieron, quizá no era lo más pedagógico y en muchas ocasiones mi padre era el que lo llevaba todo, pues en la sociedad y en la familia entonces, era el padre el que lo resolvía todo.
No fueron unos padres perfectos, pero sí lo fueron para mí. Quizá lo podrían haber hecho mejor, pero yo no voy a cuestionarme eso, pues el resultado al ver los valores que hoy tiene mi familia, me enorgullece y hace que me sienta agradecida y sienta la necesidad de honrarles con mi vida y todo cuanto estoy haciendo con ella. Porque ellos hicieron pequeñas cosas y sacaron de ellas grandes resultados. Me enseñaron que en la vida no se trata de hacer cosas extraordinarias, sino hacer cosas ordinarias extraordinariamente bien. Este es el éxito impreso en mi sistema. Y esto lo llevo sellado en el alma. Así soy yo.
Recuerdo que hubo una época en que mi padre decidió en vez de leerme un cuento todas las noches, que mejor sería inventárnoslo. Compró un rollo de papel para calculadoras y empezamos a escribir sobre él el cuento cada noche, aquello que nos fuera surgiendo y así hasta que después de unos cuantos meses lo acabamos y lo celebramos. La gran creatividad que iba despertando en mi, hacía que no solo me gustara escribir y leer para tener más conocimiento, sino que la música también formara parte de ella. Soñé más tarde con ser una gran escritora y compositora.
También podría decir, que mi padre fue un gran metafísico. La metafísica quiere decir “más allá de lo físico”. Él hallaba explicación para todo y aseguraba el aprendizaje más allá de lo habitual para todo el mundo, a algo más profundo y fuera de lo físico, más bien rozando lo irrazonable, lo ético, espiritual y justo. Encontraba explicaciones justas para todo y con ello me enseñaba a mirar siempre las dos caras de la moneda y hasta el canto rodado, y empleando la “mayéutica” de forma natural, a tomar mis propias decisiones que me llevarían a mi propio aprendizaje. Si hoy día soy también así, es gracias a él, mi maestro, mi Sócrates particular. Esta fue mi educación holística.
Recuerdo ir en el Renault 8 con mi padre un día y cuando nos acercábamos a un paso de cebra preguntarme: “¿qué debemos hacer cuando pasamos por un paso de cebra y hay gente que desea pasar?…” Yo, como es de imaginar, le conteste que dejarles pasar. Y me volvió a preguntar mientras dejábamos pasar a la gente: “¿y por qué?”. A lo que le dije: “papi, hay que ser educado y dejar pasar”. Él, en aquel instante mirando al frente, empezó a hablarme de esa manera que yo siempre recordaré como hipnótica, con su retórica tan musical y terapéutica, y a la vez tan instructiva. Con palabras suaves y acariciadoras me dijo que ese es el principal motivo por el que debía dejar pasar a la gente, pero que me imaginara que soy un peatón y quiero cruzar y unos coches no me dejan y otros sí y volvió a hacerme la pregunta de nuevo. Entonces yo me quedé pensativa y le dije que debía dejar pasar a la gente porque un día uno puede conducir un coche pero al día siguiente puede ser el peatón y querrá que le dejen pasar. Así, me miró y asintió como reconociéndome mi comprensión a otro nivel y agregó: “y Dios que ve ese gesto, te lo recompensará”. A esto es lo que me refiero cuando digo que ha sido el gran maestro metafísico para mi, pues de alguna manera y desde su espiritualidad, me estaba enseñando una gran ley universal (“El Kibalión” de Hermes Trismegistros), la Ley o Principio de la Causa y el Efecto “toda causa tiene su efecto y todo efecto tiene su causa”.
Realmente todo lo que nos sucede y todas las decisiones que creemos que tomamos, no son más que el resultado de una larga cadena de causa-efecto. Lo que llamamos casualidad, no existe.
Sencillo ejemplo es el del paso de cebra. Si yo mientras voy en el coche no dejo pasar a nadie en un paso de peatones, posiblemente cuando camine por las calles me quejaré de que los conductores son poco generosos para dejar pasar a los viandantes y por supuesto sentiré que no me dejan pasar a no ser que inicie la aventura de cruzar. Y así con miles de cosas que nos ocurren. Cuando de algo me quejo, me cuestiono qué estoy haciendo yo mal con respecto a eso mismo. Gracias Papá por ampliar mis horizontes y mi conciencia.
Pero si hay algo que mi padre me enseñó, fue el “perdón”. Ese fue un gran día que mi padre y yo, y mi madre que también lo vivió, nunca olvidaremos. Yo tenía 16 años.
“A partir de aquel día, comencé a madurar; cuando comprendí lo que era el perdón.
Mi padre estaba enfadado porque no me iban bien los estudios aquel año en el instituto, y me quería ver estudiar. Se acercaba la boda de mi hermano Juanra y yo tenía que preparar y dirigir al coro que le íbamos a cantar. Pero un día me enfadé con mi padre por el tema de estudios ya que me había dicho que perdía el tiempo con la guitarra, y yo le dejé una nota en el frigorífico (cobarde yo ahajaja…) diciéndole que no iba a tocar la guitarra más para centrarme en los estudios y por lo tanto no iba a tocar ni en los ensayos ni en la boda, para aprovechar ese tiempo también y estudiar como él quería. Mi madre me comentó a mediodía que mi padre había visto la nota y que estaba muy enfadado. Yo ya me estaba arrepintiendo pues verdaderamente había hecho una tontería, una niñería. (Ese era el tipo de cosas sin sentido que yo solía hacer, arrebatos sin conciencia).
Por la tarde, cuando volvía del instituto, tenía mucho miedo, pues esta sí que era buena y no me extrañaba que estuviera muy enfadado. Dio la casualidad que cuando iba a entrar en la portería llegaba él. Mientras esperaba el ascensor, él estaba muy serio y callado, y yo temblaba de pies a cabeza. Al subir al ascensor, ya se me escaparon algunas lágrimas mientras tenía agachada la cabeza. Pero él, con su fuerte y firme mano, levantó mi barbilla, me miró con ternura y me abrazó con mucho amor. Cuando miré su rostro y vi que también lloraba, lloré más todavía. Y, sin ambos decir una palabra, seguimos abrazándonos dentro de casa.
Un abrazo que dejó en mí el sello del Amor y el Perdón… La Bondad que me transmitió con su abrazo, todavía hoy provoca las lágrimas en mis ojos y la excitación en mi corazón. Doy gracias por cuanto he aprendido de mi padre. Mi padre siempre ha sido un hombre bondadoso. Gracias.” (Extracto de mi diario)
Es increíble de un gesto como este lo que puede aprender un hijo o una hija y el impacto que produce para toda la vida. De ahí que la educación está también en el ser que uno es y los valores humanos que tenga, porque siendo es como se transmite, con la enseñanza y la práctica en conjunto, en una sola pieza.
Si me ha gustado tanto en la vida todas las cuestiones de salud y medicina, es porque mi padre supo aportarme también ciertos conocimientos sobre estos temas. El era el que nos cuidaba cuando nos poníamos enfermos mis hermanos y yo, nos daba masajes o nos medicaba cuando no había más remedio. Su profesión no era esta, pero él sabía mucho sobre todo y lo mejor (que descubrí y confirmé mucho después) es que todo era correcto. Cuando me dolía la cabeza, él nunca me daba pastillas para el dolor, sino que me daba un masaje en la cabeza y el dolor desaparecía. Si me caía y me hacía daño, me masajeaba, me curaba y listo. Siempre decía que el tacto alivia en todo momento el dolor, sea cual sea, físico o emocional.
La verdad que yo he sido siempre una persona con sed de conocimiento y desde bastante pequeña, mi padre siempre calmó esta sed, ya que él era como una gran enciclopedia a la que yo tenía acceso las 24 horas del día.
Recuerdo que durante una época se me repitió el mismo sueño o más bien pesadilla. En esta, yo caía por la ventana de mi habitación a la calle y cuando estaba a punto de llegar al suelo me despertaba de sobresalto. Entonces, un día, mi padre me dijo: “Vamos a hacer una meditación antes de irte a dormir y vas a visualizar ese mismo sueño, pero cuando vas a llegar al suelo, de repente, caes como una pluma hasta que llegas a él de pié”. Y así repetimos durante varias noches esta visualización. Al poco tiempo, volví a tener el sueño y a la mañana siguiente, salí corriendo de la habitación para decirle a mi padre que había tenido el sueño y que caí de pié despacito como una pluma encima de un coche. Jamás volví a tener ese sueño.
Siempre estaba haciendo cosas de distintas clases y yo sentía curiosidad por todas. Igual estaba arreglando una televisión o una radio, que estaba poniendo un lavabo nuevo o arreglando la cisterna o enlosando o pelando cables… yo quería saberlo todo. Y siempre me acercaba a él preguntando: “¿caces papi?”
Y así podría contar miles de cosas, palabras, enseñanzas, valores… que mi padre me enseñó. Podría el lector decir, que fui una niña de papá, pero más bien yo diría que con un papá así, cualquier niña o niño con sed de conocimiento, se ve saciada o saciado. Solo fui una de las niñas de mi papá.
“Allá donde vayas, lleva siempre a tus padres contigo
y estarás dejando el rastro de tu esencia”
(Marla Sánchez)
2 respuestas a Decir “papá” me llena el alma