Llevo unas semanas meditando sobre mi vida, mis pensamientos, mis sentimientos y mis actos. Las vacaciones es buen momento para hacer este tipo de cosas, parar y meditar. Este tiempo me lleva a hacer un repaso por mi pasado y todo aquello que yo soy gracias a aquello que he vivido, como siempre, con mucha intensidad y tomándolo todo como un aprendizaje.
Si tengo que decir algo como resumen, es que me alegro mucho de haber evolucionado. Al fin y al cabo, como decía un amigo del pasado, la vida no es durar, es crecer. Y la mayoría de los seres humanos, nos empeñamos en durar, aguantar, resistir a toda prueba… pero nunca asumir que todo lleva una enseñanza y por tanto una cosecha. Algo que nos enriquecerá interiormente y que nos compensará en el futuro.
Por eso, voy a crear otra categoría en mi blog, a la que llamaré “Personal”. Ahí contaré todo cuanto pienso y siento, todo cuanto he experimentado y que deseo compartir con vosotros, mis lectores.
Si algo encontraréis aquí es transparencia, porque así lo intento en mi vida a cada momento, ser transparente. Y esto implica mostrar lo bueno y lo malo de mi, mis pensamientos retorcidos y equivocaciones, y mi deseo consciente de ser mejor persona para darle al mundo lo mejor que se y puedo, lo que pienso, lo que siento y lo que hago. Que al fin y al cabo es lo que todas las personas intentamos ya sea consciente o inconscientemente.
En Enero comencé a tocar el violín. Isa, una de mis compañeras de la Escuela de Música para la que trabajo, es profesora de violín y con mucho gusto accedió a darme clases. Es la primera vez que recibo clases para aprender a tocar un instrumento, quizá porque tanto he escuchado tocar a mi profesora día tras día durante tres años, que no podía perder la oportunidad de tomar buenas lecciones de ella. También, porque yo se que soy algo particular y mi creatividad debe ser saciada a cada momento y ella me conoce bien y sabe lo que necesito.
Enseguida que tuve en mis manos el violín, compuse un tango al que llamé: “Mi primer tango” y desde entonces intento estudiar cuanto puedo con el violín para un día poder tocarlo. Isa no dudó en que yo aprendiera de manera informal tocando directamente mi composición musical, porque sabe que si hubiéramos comenzado por lo formal, lo habría dejado en menos de dos semanas. Soy un músico salvaje y pasional, soy libre y espontánea, muy creativa y llevo en mi cerebro instalado un chip que lleva una orquesta incorporada a la que puedo escuchar en cada momento que me lo propongo, haciendo composiciones dentro de mi que consiguen ponerme los vellos de punta.
Y ahí estoy, aprendiendo a deslizar mis dedos por el violín y frotar las cuerdas, con algo que salió de mi orquesta cerebral.
Con mi abuela tocando una guitarra de juguete
Cuando yo tenía 7 años, aprendí a tocar mis primeras notas en la guitarra y recuerdo que ya esos sonidos revoloteaban por mis espacio neuronal, haciendo mis primeros pinitos y enlaces musicales. Cuando mi hermano se iba y dejaba su guitarra tras la puerta, yo se la quitaba y me iba directamente a la cocina a mostrarle a mi madre todo cuanto yo podía hacer cantándole una canción. Mi madre me decía: “Lleva cuidado con la guitarra de tu hermano que no le gusta que se la quites, la puedes desafinar o romper”. Pero las palabras de mi madre y el saber con ella que no estaba haciendo algo bueno, era un incipiente para que yo insistiera más todavía en hacer aquella travesura; que con el tiempo me llevo a tocar la guitarra perfectamente. Cuanto más se enfadaba mi hermano al encontrar su guitarra desafinada, más firme dentro de mí era la tentación.
A los 13 años compuse mi primera canción y esa fue la que me dijo que no sería la única, ya que conservé más de 200 canciones en un cajón hasta que hace poco hice limpieza y selección de las que más me gustaban.
Lo mejor de todo esto, es el apoyo que en todo este tiempo mis padres me dieron y me siguen dando con respecto a la música y mi creatividad. Libertad para ser y dar todo de mi y ser quien soy, y aprobar y disfrutar de todo ello, pues de ellos lo recibí y ellos de sus padres, mis abuelos. La música suena en mi sistema familiar, la puedo escuchar.
De pequeña, siempre esperaba cada dos sábados con pasión a mi abuelo Jorge (padre de mi madre) que venía a que mi madre le cortara el pelo y siempre nos traía a sus nietas y nieto, un paquete de galletas napolitanas. Pero yo lo esperaba deseosa porque tras cortarle el pelo, llegaba mi momento especial. Le dejaba la guitarra en su manos y él cantaba para mi o recitaba mientras tocaba algún poema escrito por él. También a veces cantaba inventándose en ese mismo momento una canción que hablaba de mí o me nombraba. Lo recuerdo sentado en el salón sobre una silla y yo tan pequeña llegaba a la altura de sus hombros, frente a él y maravillada por las cosas que podía hacer. Y en el fondo de mi corazón, yo deseaba ser como él, cantar espontáneamente lo que salí del corazón y de la mente, escribir y recitar poemas y componer canciones y tocarlas con la guitarra.
A mis padres les ha gustado mucho la música y ponían constantemente el tocadiscos o el programa de radio en el que ponían zarzuelas. A mis abuelos paternos les gustaba también mucho la zarzuela y la ópera, y a mis padres siempre le regalaban entradas para el Teatro Romea de Murcia. Yo les esperaba en la cama por la noche y les preguntaba qué tal se lo habían pasado. Mi vida ha sido musical hasta este mismo momento, que puedo escucharla en mis propios recuerdos del pasado.
Recuerdo que mis hermanos mayores junto con sus parejas crearon un coro para cantar en bodas y cuando tuve 12 años me incluyeron en él. Así comencé a dar mis primeros pasos en el cante, pero disfrutando de ello y sin darle ninguna importancia, sino tan solo la de pasarlo bien cantando.
De ahí pasé a formar parte del coro de mi parroquia donde disfruté todavía más. Todo lo que fuera cantar y tocar la guitarra era para mi muy importante, tanto, que cuando por las tardes tenía que ponerme a estudiar, era imprescindible estar antes un rato con mi guitarra cantando, pues solo así podría hacer cualquier tarea por dura que fuera. Allá donde fui, llevé mi guitarra a cuestas. Cantaba por los jardines con amigos hippies, o quizá flamenqueaba con algún gitano, pero sobre todo me encantaba cantar con el coro de jóvenes de mi parroquia Capuchinos, donde había un gran movimiento juvenil.
En los jardines tocando la guitarra.
Y así, teniendo este objeto resonante entre mis brazos, podía sacar cuanto escuchaba en “mi espacio neuronal” de alguna manera, aunque fuera sencilla, pero era la única que me ayudaba. Sentimientos y emociones que necesitaban expresarse, encontré la manera de hacerlo, de sacar lo más profundo que se encontraba dentro de mí, olvidando mi introversión para expresarlos.Yo fui una niña bastante introvertida, muy observadora, me gustaba más estar en mi habitación jugando, escuchando música o creándola, leer… pero también era característico que me gustara estar entre adultos más que entre otros niños, pues para ellos yo era “rarita”, y en la adolescencia fui lo que hoy se le llama “Friki” (persona que se sale de lo común por su aspecto o actitudes) en mi caso, por mis actitudes y comportamiento.
Desde bien joven me gustó la ópera, la música clásica, el rock, country, dance, gospel, blues, jazz, flamenco, pop, reggae, etc… nunca metálica y heavy metal. Aprendí cantando con muchos cantantes. Mientras ellos cantaban en la radio, yo les hacía acompañamientos. Esta fue mi gran escuela de canto en los principios y todavía aún tengo el honor de cantar con los mejores cuando voy en el coche.
Han sido muchos momentos desde los 16 años (que dí mi primer concierto) hasta hoy día, los que he subido a cantar a un escenario, y me siento agradecida por este regalo tan grande que es la música y el poder sentir lo que siento dentro y sacar una parte de ello a través de cuanto compongo. He vivido momentos muy especiales sobre los escenarios, llevando siempre conmigo el miedo escénico que me acompañaba en los 5 primeros minutos de cada concierto y que superé hace unos años gracias al coaching.
1.Tocando algunas cosillas en el teclaro.
2. Jose Luis Perales nos escuchó cantar.
3. Concierto en Bullas para la ONG Manos Unidas.
Cuando me retiré de los escenarios, creí que ya nunca volvería a subir a ellos. Pero la vida quiere que siga ahí arriba y habiendo evolucionado en muchos aspectos en mi vida, también en el musical, volví a hacerlo pero de espaldas al público. Trabajando como profesora de canto y enseñando a niños, jóvenes y adultos, cuanto llevo dentro lo mejor que puedo y que se. Subir de nuevo a los escenarios dirigiendo un gran coro es para mí la recompensa a todo lo vivido en el pasado que aunque tenía innato, también me supuso en algunos momentos un esfuerzo.
Fue una satisfacción para mi, el otro día, escuchar a algunos de mis alumnos y alumnas decir que han aprendido mucho musicalmente de mi, pero cuando alguien expresó en un comentario personal que les he ayudado a “ver las cosas de otra manera”, me quedé bastante sorprendida y supe entonces que uno no solo enseña lo que profesionalmente le corresponde, sino que en mi caso, la música y lo que yo soy gracias a ella, muestra algo más sobre la manera de ver las cosas en la vida. Hay un proverbio que dice que “todo lo que no se da, se pierde”. Yo siento en este momento que no he perdido nada pues todo está en aquellos a los que les enseño a vivir la música de una manera u otra.
Y aún me queda tanto por aprender… Siempre quiero estar asi…
3 respuestas a Con la música en el alma